Autor: José Luis Castro Ruiz
Esto un cuento no será porque fue verdad:
Reía gentil Apolo, de silueta elegante y gallarda, contemplándose fatuo en el espejo de las aguas de un río: ¡qué bello soy, y qué garboso! No me extraña que hombres y mujeres se rindan ante mi gallarda figura.
En parecido trance otro engreído se miraba embelesado en las aguas cristalinas del río que devolvía turbado la imagen de Narciso: “¡qué bien me veo reflejado en las aguas puras de este vulgar afluente que desaparecerá pronto en el mar infinito; mi belleza sin embargo perdura y asombra a quien tenga la dicha de poderme mirar; disfruta río de mi prestancia y apostura y grábala en tu recuerdo y lo refieres al océano antes de morir en él, para que lo sepan el sol, la tierra y la luna, y te envanezcas de haberme reflejado en tus aguas por un momento; oigo tu suspiro, pero río has de saber que tengo otros designios superiores”.
Mientras estos seres engreídos se contemplaban, Dionisio disfrutaba con Neptuno de las delicias de una buena libación de un excelente caldo bermejo en su punto de edad, conservación y frescura; Neptuno se hallaba en compañía de la hija de Nerea, del mismo nombre, quien ofreció a Dioniso la agradable compañía asimismo de otras doncellas de parecida edad, belleza y condición y antiguas esclavas tracias; Dioniso educadamente declinó la oferta con estas sentencias: ”la mujer y el vino, hacen del hombre un pollino; la mar y la mujer de lejos se han de ver; prefiero la embriaguez del monje que la del libertino que no es para mí, a pesar de lo que se diga”.
Se podía disfrutar de un atardecer tranquilo, con el cielo abierto y estrellado, la luna en cuarto creciente y el murmullo del río de cauce tranquilo acompañaba sereno la quietud reinante que, de pronto vióse turbada por unas voces:
“Este río de plateadas aguas que espejean la luna y mi imagen gentil no tolera fatuos engolados como tú que las contaminas con tu traza de tunante”, díjole Apolo a Narciso que se contemplaba en su misma orilla unos metros más arriba.
“¿quién eres tú que osas increparme?, no te veo tras estos arbustos que te ocultan a mis ojos”; “seas quienquiera que fueses eres asaz impertinente y desagradable; has de saber, y me presento, que soy el bello Narciso y debes saber que nadie puede resistirse a mis encantos”.
“Sólo un majadero puede hablar así con un dios como Apolo hijo de Zeus; me llaman el que hiere de lejos por mi pericia con el arco y las flechas; si quisiera ya estarías arrastrando de bruces tu careto petulante en el río en el que te contemplas como si fuera tuyo”.
“Este río no será mío, pero tampoco tuyo por mucho dios que seas; este sendero que anda no es de nadie”.
Dicho lo cual irrumpió de las aguas, agitándolas, un viejo barbudo con tridente, quien exclamó airado: “¿quién se aventura a decir que este río no es de nadie?”.
“Yo, el bello Narciso; ¿quién eres tú que tercias sin permiso en este coloquio?”.
“Atiza, con el presumido, un poco de respeto hacia Neptuno, rey de los mares”…
“Mucho rey y mucho dios anda por aquí a estas horas; mal momento he elegido para contemplar mi belleza en este claro”, pensó para sí Narciso.
“Hola, Neptuno, te saluda Apolo, uno de los primeros espadas de Zeus; perdona que te corrija, pero en todo caso y de serlo serías dios de los mares, es decir de las aguas saladas y de los vinos, por lo que se oye decir de ti sobre todo de los vinos, ya sabes las malas lenguas; pero en ningún caso de las aguas dulces que, según dicen, te producen ictericia (al revés que a los humanos mortales) y las aborreces; de manera que este río no entra en tu jurisdicción”.
“Estás en un craso error, esbelto Apolo, soy dios de los mares y de las aguas, consúltalo en internet si acaso dudas de mi palabra; y me guste o no el agua dulce, lo cierto es que este río pertenece a mi circunscripción y ante el desatino del envanecido Narciso, he tenido que venir a poner en claro y puntualizar lo que me pertenece, y defenderé si fuera preciso”; diciendo lo cual agitó en el aire su tridente.
Acto seguido y ante el vocerío, salió también de las aguas un ser formidable, vigoroso y musculado, velloso y barbudo, asimismo con un gran tridente que manejaba airoso y triunfante.
“Demontre, ya está aquí el tendinoso de los esteroides, ¡qué tío cansino!; dijo para sí, Neptuno, “ya la tenemos liada parda”; “Hola, Poseidón, qué te trae por aquí; no te preocupes que lo tengo todo controlado; se trata de un insignificante conflicto sobre la titularidad de este río; como sabes, al ser yo rey de los mares y de las aguas, la cosa no tiene duda y no cabe diatriba alguna”.
“Alto ahí, viejo insensato; yo soy el dios del mar y por extensión de todo cuanto en él va a morir como los ríos, da igual si las aguas están más arriba o más abajo, son igualmente mías”, dijo blandiendo al aire amenazadoramente su tridente.
“Para, para, tendinoso, que no se te suban los anabolizantes a la cabeza, que te puede dar un ictus; ya te he informado en alguna ocasión que en esto de las competencias prima el que las tenga más específicas; como sobradamente conoces yo soy el rey del mar y de las aguas, de manera específica; sin embargo lo tuyo es un totum revolutum, del mar, de los caballos y de los terremotos, en fin la mundial: te han puesto de todo y ya se sabe, el que mucho abarca, poco aprieta; y yo me atengo al principio general de la especificidad; no me meteré con tus caballos ni con tus terremotos (que por cierto, ya tienes bastante), pero tú respétame el señorío sobre las aguas y tengamos la fiesta en paz y no se hable más.
En ese momento, apareció un señor muy encorbatado y con un hongo gris;
“Esperen un momento, que tengo algo que decirles”;
“¿y este de donde sale?”, exclamó Poseidón.
“Soy el presidente director de la Confederación Hidrográfica a la que pertenece este río, que por lo tanto su titularidad es de carácter público y pertenece a la comunidad autónoma en la que se encuentran ustedes”, dijo muy convencido.
Acto seguido fue abucheado al unísono por todos los concurrentes, que dijeron: “otro político profesional, vete a tu casa o sales escaldado”, le dijo Neptuno airado; “o te vas por donde has venido o vas a volver caliente”, le increpó Apolo.
En esto y cuando estaba a punto de montarse la marimorena, apareció muy oportuno, saliendo de la espesura una fosforescencia alrededor de un elfo que portaba una levita roja muy hortera con las letras SDM resaltadas con luces.
Apolo y Narciso se miraron y dándose codazos dijo Apolo: “la que se ha organizado aquí en un momento, esto parece Trafalgar Square en día de mercado; cuando los del tridente parecía que se iban a zurrar, de pronto aparece este garrulo fosforito”; “veamos a ver qué dice”, musitó Narciso.
“Buenas noches a todos”, exclamó el duende con voz templada y afinada pero firme y segura; “haya paz, señores, reyes y dioses todos; he oído la disputa y creo que el entendimiento está cerca y lo podemos arreglar ya que en realidad no hay disputa ya que no se trata de una cuestión de competencias y jurisdicciones, sino del uso inocuo del río, sin que ello perjudique ni a los demás usuarios ni al señorío o patronazgo de ninguno; a mayores y de acuerdo con el bueno de Heráclito no puede bañarse uno en el mismo río dos veces, y además aquí no se baña nadie sino que sólo se miran y admiran; de modo y manera que les insto a un brindis a todos ustedes para acordar compartir el río y usarlo todos conforme a su ser y su destino sin perjudicar a nadie ni afectar a los usos de los demás; y alzo mi copa por ello”.
“¿Perdone, señor gnomo o quien quiera que sea, qué significan esas siglas refulgentes que tiene grabadas en la levita, SDM?”, dijo Narciso; “Seguro que es un tipo de motor de búsqueda de marketing por internet, me suena la S de Search y la M de Marketing”, dijo Poseidón; “¡pero tú que sabes de estas cosas abstrusas, fanfarrón, enteradillo!”, le apostrofó Neptuno blandiendo el tridente.
“Significan las iniciales de Super Duende Mediador”, explicó paciente el geniecillo.
“Pues ea!, brindemos por el señor Mediador y haya paz y concordia”, clamó Apolo.
“Me uno también, carape, precisamente llevo aquí debajo de la capa un licorcillo de hierbas del bosque, que es una auténtica delicia”, informó Neptuno.
“¡Que corra el néctar, pues!”; y acabaron pimplando todos en risueña algarabía ante la sonrisa de satisfacción de la luna que presenció toda la escena.