Mónica Gorría Berbiela
En la novela negra y en las películas o series de tal género es evidente como característica predominante la truculencia propia del crimen real que enfrenta a detectives más o menos atormentados con despiadados criminales.
Pero, como si pudiéramos rebobinar una película o cualquier trama, imaginemos una fase anterior al violento final que supone el delito y detengámonos en una suerte de precuela en la que pongamos el acento en la determinación y esclarecimiento de las situaciones y circunstancias que anticipan el trágico desenlace.
Asumido ya que la principal misión del mediador no es dirimir una cuestión controvertida entre dos partes estableciendo una solución sino que su misión es determinar, con imparcialidad y objetividad, las causas y perfiles del conflicto
para que las partes puedan contemplarlo desde una nueva perspectiva más armoniosa y menos distante.
Contemplemos el conflicto, siempre antes del posible desenlace fatal, como una situación que el mediador debe analizar de forma neutra, evitando prejuicios y transferencias y determinando a través de datos, hechos, manifestaciones e incluso comportamientos, los verdaderos motivos de cada una de las partes. Cabe resaltar en este punto la importancia de este concepto de “transferencia” en su doble significado. Por una parte, implica el evitar involucrarse o identificarse indebidamente con alguna de las partes en conflicto. Por otro lado, igual que los investigadores deben cuidar y garantizar la cadena de custodia de las pruebas sin contaminación en las mismas, el mediador debe observar el origen de los conflictos y los sentimientos que los provocan o las emociones que se causan por ellos, sin que haya circunstancias que le influyan personalmente.
Concediendo tal protagonismo al verdadero origen del conflicto, aumenta la probabilidad de poder compartir con las partes una perspectiva equidistante y homogénea o, al menos, más conciliable.
Así planteado, el mediador-investigador no presenta el caso a un tercero (como un juez, un árbitro o un policía) sino que estudia un mapa de las circunstancias que favorezcan el reposicionamiento mental y emocional de las partes para que sean ellas mismas las que comiencen a atisbar una conclusión que les permita decidir finalmente de mutuo acuerdo, si ello es posible. Pueden reconocer las partes que la interpretación de la verdad dependerá del prisma desde el cual se observe y eso ya implica el comienzo al reconocimiento del otro. Pueden las partes, en definitiva, comprobar que quizá les conviene más una situación de armonía recíproca, que son capaces de recuperar la buena relación y evitar el “quedarme yo ciego con tal de que quede tuerto el otro”.
Ello nos recuerda la frase de Machado de “Tu verdad, no. La verdad. Y ven conmigo a buscarla”. En tal sentido, podría decir el mediador a las partes: “Tu verdad, no. La verdad. Y venid conmigo a buscarla”.