Por José Luis Castro Ruiz
“Caminante son tus huellas
El camino y nada más;
Caminante no hay camino
Se hace camino al andar .
Al andar se hace el camino …”.
Algunos queremos imaginar que Don Antonio estaba pensando en la mediación para cincelar estos admirables versos que nos han acompañado emocionando nuestra peripecia vital.
Se comprende sin embargo que el poeta, absorto con sus musas, como el amorcillo con su lira y sus sonrosadas mejillas, no dirigiera sus flechas a la manzana de la mediación. Pero lo cierto es que a nosotros nos viene muy a propósito para hacer un parangón con los procesos legales.
El proceso judicial como tal es un camino ya predeterminado, que no hemos pues de labrar con nuestro caminar; además conformado hace muchos años por personas necesariamente ajenas a nosotros, al tiempo en que vivimos y a nuestras circunstancias actuales; son de suyo procesos rígidos, ora angostos, ora saturados de requilorios, de agotadoras y extenuantes trabas que enlentecen y encarecen el desenlace final.
En la mediación sin embargo, al andar se hace el camino, de manera que el que se lleve a cabo será ágil, adecuado a nuestras necesidades, condiciones y circunstancias; por ello el camino será más flexible, más breve y menos costoso y, por ello también llegaremos a nuestro destino no sólo primero sino con la satisfacción de haber tomado la decisión adecuada.
En la mediación se hace camino al andar y evitamos los procelosos e intrincados laberintos procesales, que han sido diseñados por otros hace muchos años y en otros contextos, y por los que ordinariamente nos cuesta hoy mucho transitar.
Hacer el camino al andar es una suerte y un privilegio al alcance de todos porque la mediación es además más asequible; ahí es nada: un privilegio que resulta más económico es fortuna que no debemos desaprovechar.
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